Un racimo de sombras
en el ápice del alma.
Un manojo de dolores incrustados
en la savia de los huesos.
Un persistir sereno
entre los ecos tibios
de voces de miel que invitan
a habitar la palabra
de los seres idos.
Un descansar la carne
en el seno mutable
de la Pachamama,
cresta luminosa y sabia del espíritu.
La mirada del tiempo
midiendo los espacios
donde hundir la lágrima.
Pereza mutilada
en el silencio del ángel
que no pudo ser niño.
Mil cosechas pesando en la espalda
que resiste encorvarse.
Penélope de sonrisas
navegando en angustias de antaño
la memoria imperturbable de la carne,
el espíritu, sin embargo,
alzando sus velas blancas
para recibir el alba nueva
constante se levanta.
Del poemario El árbol dormido
Alberto Valenzuela-