Se sabía de memoria su geografía, podía sentirla y recrearla con sus manos.
Insuflaba de un pañuelo su perfume casi extinto.
Con sus ojos cerrados la repasaba diariamente hasta que las lágrimas lo vencían.
Se elevaba hasta desintegrarse en cientos de partículas que rogaban frenar éste dolor insoportable.
No era un sentimiento pecaminoso, eso era amor, era ganas de morirse porque ella no estaba a su lado, era amar hasta el infinito y más allá.
Su sangre que ya era suya, no dormía y no lograba curarse de ella.
Ella era su piel, pero él, llevaba las cicatrices.
Continuará.
Bárbara Himmel-
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