La vida cotidiana nos asusta
Nos pega en la boca.
Retumba en los jardines nuestros gritos.
Tú que rezongas a los vientos,
Tú que embarullas tus sentidos,
No ves, ¿la tinta que escribe?,
No ves, ¿el canto que silbo?
Deja de nuevo, la plancha,
Ven y canta conmigo,
Yo de la muerte sé poco,
De los castigos ¡ni Cristo!
Que nada sé ni respondo
Cuando me habla el destino.
Tú que las tardes tan largas
Las vives como a un delirio
Sin sombra que te dispare
Reproches, rezos, ni gritos.
Tú que la vida y el techo
Te da sobre dos caminos
Sembrados de terciopelos,
Que Él de arriba lo quiso.
Mira, cruza a mi sendero,
Verás en flor de jazmines
Se van calmando mis vicios
Si todas las madreselvas quisieran
Mis manos digo,
La única flor que las tiene
está puesta en abanicos
sobre tu falda de reina
que canta a los pies del Nilo.
Marta Pimentel Álvarez-