Sólo si hay esfuerzo
se regala la ilusión
y se vacía el límite;
como una llama
que aceza
interminablemente
aun más allá de lo oscuro.
Algo se debe a dos pasos:
lo que crees que eres
y lo que por corazón eres;
ya el segundo ojeador del primero,
recordando… qué hizo,
a qué amor inscribe su intento
y, así, creará una precisa lluvia.
Pues, luego, se llama en el gris del atardecer
cuando la súplica
se hace
una sedicente necesidad,
una ceguera ya inimaginable de amarla
o sólo propia.
Oswaldo Roses-