Como manos que se unen para el rezo
su techo primitivo presupone
un corazón cristiano donde pone
el campesino albor su primer beso.
Parte entonces la grey y queda opreso
de un fervor casi humano que traspone
su cuerpo de terrón con que dispone
la ternura del pan a su regreso
Llega la hora nocturnal, serena,
un aroma frutal llama a la cena
mientras reasume su actitud de rezo.
Una gran flor protege su contorno
y en seráfica paz ensaya el horno
tras de la fronda, su postrer bostezo.
Gerardo Molina-