En los remotos tiempos, el Dios de las Cosechas,
cuando no existía aún la especie humana,
de cada región deshabitada de la Tierra
recogió el grano cereal que cultivaba.
Sumó el arroz al trigo y a la avena
el maíz y el mijo agregó al centeno,
semillas de todas procedencias
llevó al molino más de ciento,
harina tamizada en uniforme mezcla
amasada y sometida a vivo fuego
hasta tostar por completo la corteza.
Del resultante pan recién cocido
un pedazo retornó a cada comarca
del que proviene el hombre primitivo
igual composición, distinta traza.
Sea faz el hombre o sea espalda
rígido cuscurro o blanda miga,
el color es lo único que cambia
la sustancia humana no varía.
Del poemario La aldea itinerante
Pedro Sevylla de Juana-