Yo sé que no te has ido madre
que te quedaste en mí, toda en mí, o si no toda
tal vez en parte.
Me miro en el espejo de los días
y cerrando los ojos te veo a ti en mí;
en la cara, en los ojos, en las manos,
en ese andar presto
por la casa
buscando algo sin saber qué
pueda que un hijo que se encuentra lejos,
un padre que no está, o una palabra
para decirla bajito,
escucharla en silencio
como se lee una carta amarilla y arrugada
de los seres amados que no están
pero dejaron sus lugares
en el alma.
Yo sé que no te has ido madre,
que estás al lado mío como siempre;
con tus manos redonditas
como lunas de azúcar acariciando mi frente
a veces afiebrada.
Yo sé que no te has ido, madre;
ayer te busqué y te encontré en tus cartas,
estabas de regreso, de nuevo en casa,
con tu paso menudo, y yo a tu lado
buscando hasta encontrar esta palabra
para decir tu nombre en esta carta,
para gritarte en el oído,
Madre, no te vayas, por favor, no te vayas;
quédate a nuestro lado para siempre
o por lo menos hasta que yo me duerma
eternamente
encogido y abrigado, sobre tu falda.
Gustavo Córdoba-