Con las viejas canciones
volvía a la muchacha
de la una de la tarde.
La incansable pianola
repetía un perfume de talco barato,
blusa de colegial y miradas furtivas.
Fueron tiempos donde el insaciable
no hartaba la sed del corazón.
Veinte años después, una mañana,
ese olvidado placer volvió a visitarlo.
Ahora ella tenía veinticuatro años,
hablaba una lengua que ignoraba el bolero;
era color de nieve y una inmensa espiga
coronaba su cabeza.
No se repite la historia, repitió.
Supo, no obstante, que la vida
está hecha de gestos.
Esa mañana, un aire, que venía del tiempo,
había mecido aquella cabellera
deteniéndolo todo.
Harold Alvarado Tenorio-
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