Nada;
uno a veces queda con las manos tan blancas
como un aguacero vertiendo silencio.
No quedó, sino el esperar de un amigo,
cuando la nada ensartó sus colmillos
en la vena más gruesa,
la de caudal río
al morir sin ojos.
Nada quedará un día
cuando,
las manos queden blancas.
Pero;
continente de amor
caminar de mis amores.
No podré decirles;
he partido,
amigos,
por embrujo y abrazos.
Solo voy a dormitar
en el arenal donde no vuelan las palabras.
Dejen la lápida limpia sólo una vez,
no dejen lágrimas ni aplausos ni despedidas.
La nada no vendrá a buscarme
pues;
ya he roto muchas veces el silencio.
Ricardo D. Mastrizzo-