El sol aún esconde sus flechas detrás del monte isleño.
Al abrigo del rocío mi pequeña osamenta cruje.
Espero a quien llega siempre a tiempo.
Subo al estribo, me siento a la par del conductor
y salimos raudos a repartir la blanca y leve ofrenda.
La excusa de una tos rebelde brinda la ocasión
del viaje silencioso por el pueblo,
tan sereno como la brisa que abre mis pulmones.
Cada calle es un manso latigazo de arena,
cada sombra de árbol un fauno en vigilia,
cada vereda una larga vía láctea de providencia.
Sonrío embelesado, con la boca oronda, salitrosa.
Migas de galleta esparcidas delatan nuestra huella.
Del libro Un niño en la orilla
César Bisso-