Me propongo muy fielmente amar al otro;
al otro yo que no es más que este insistente fantasma.
Tal vez allí se aloja el solo muerto que cargo,
la sola lluvia que desvanece mis huesos.
Pero no podemos, somos tan distintos.
Aquél me enrostra cada vez que puede mis debilidades,
lo que no he hecho y lo que nunca haré,
mi nefasto carácter que ahuyenta a las hormigas.
Pero lo necesito, aún así, lo busco desde que despierta,
porque sé que es mi muerte más amigable
y recita mis poemas, al revés, de arriba a abajo.
Nadie como ese otro maneja mejor mis heridas,
por eso cuando nos enfadamos soy blanco fácil,
me despedaza desde mis cuchillos de infancia
hasta a aquellos besos por los que sufrí anoche.
Sin embargo, este otro no es original,
me copia, me imita la firma, los gestos,
todo lo quiere hacer igual a mí,
beber lo mismo, en iguales cantidades.
Cómo decirle que se vaya, si lo necesito,
porque en mis días tristes ahí está,
en la derrota del cansancio, es horizonte.
A mí, que me digan lo que quieran,
que ya no tengo de qué escribir o hablar!,
que me estoy apagando como una vela pobre!
Yo amo a este otro y lo defiendo a muerte,
con él, me imagino que el mundo no ha nacido.
Santiago Azar-