Aprendamos de la historia,
aunque la escriban los vencedores
y la vuelvan a reescribir los vencidos.
Penetremos en la vida
de los que hacen la historia
y en la de aquellos que la padecen.
Nosotros somos la memoria del tiempo,
la expresión de un deseo de búsqueda,
y la mirada de una pasión creada por Dios.
Todos tenemos una historia que contar,
con subidas y bajadas, con naciente
en nuestras vivencias y supervivencias.
Dejémonos de arrastrar por gestos
y cultivemos las ideas,
las del pasado con las presentes.
Ciertamente, una humanidad
que piensa, sabe afianzar el mañana,
medita mucho y avanza más.
Sembremos, pues, historias de pensamiento,
que la vida es relación ciudadana,
conciencia colectiva, continuidad histórica.
Todo ha sido creado para que culmine
el encuentro entre Dios y la humanidad
y se convierta en historia de amor.
El amor de Dios, que todo lo acoge,
y que a nadie abandona,
es la historia de la auténtica Palabra.
Palabra que tiene un rostro, Cristo.
Palabra que deja un rastro, el de Dios.
Palabra de su ser con nosotros, vivida.
Busquemos esta historia de luz, propagada
en el corazón de la vida, injerto de la Palabra,
para redimirnos de otras historias de sombras.
Quien habita en la Palabra,
mora por siempre en la historia de la creación
y permanece para siempre en sus anales.
Anales que llevan el espíritu de su gloria:
la liberación de la persona de ataduras
y el consuelo redentor para los que sufren.
Víctor Corcoba Herrero- corcoba@telefonica.net
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