Tal vez pudiera ser que fuera poeta,
descafeinado al fin, sin yo saberlo,
cuando la noche estrecha su cerco,
ese abrazo de hulla y de azabache
que deja sin aire los pulmones
y el corazón ahogado. La noche,
esa manta parda sin costuras
ni agujeros, sabia a mi pesar…
y el aplauso del público erudito
que por obra de un hechizo
se carcajea, convertido en necio
cuando en tales momentos
nada entiende, nada sabe,
y salvo las palmas, no da nada.
Yo tengo para mí que soy molesto,
oro falso, palabrero y vano;
sin ese toque docto que le regala
a la piedra filosofal del alquimista
la madre naturaleza, tan materna,
capaz de transmutar el plomo en oro
para hacer que de unas simples frases
salgan poemas, transformando en poesía
el insoportable picazón de los luceros.
Miguel Ángel Barberá-