Harta de ser la víctima
me convertí en mi propio victimario.
Protagonista hacia el final
no me tembló la mano
al clavar la daga en mi vientre,
aquella tarde de calor insoportable.
Hice, lo usual en estos casos,
el filo para arriba
y un movimiento ascendente
para un desenlace efectivo.
Usé el cuchillo como la verdad,
que puesta sobre la mesa
duele más que cualquier mentira,
pero alivia.
No me siento culpable,
fue en defensa propia,
tuve que matarme
para no morirme.
Gisela Galimi-