Hay un instante repleto de silencio
al arribar lo no habitual e inexplicable.
Resplandecen las horas vespertinas
y con prisa se allegan oscuros balanceos.
No existe apuro y entonces la mirada
se vuelve lejanía o vuelo de gaviota.
El piélago deja al viento demorado
y todo se hace inocultable asombro.
Él contempla ansioso la infinita
amplitud prodigiosa que hoy lo innova.
A veces parpadea y con fruición respira
feliz frente al mar. Aquí y en su nostalgia.
Del libro Al mar dejo esta voz
Julio Bepré-