Hay infinidad de pájaros
y plantas y árboles
de los cuales no sé bien el nombre.
De uno de ellos sí lo sé.
Sé del ceibo que había en un patio
por el que yo corría.
La maestra nos enseñaba los viernes a desbrozar.
Yo quería ir a carpintería
y no hacer puntadas macramé
o anudar con hilo sisal.
Me gustaba el olor de la madera balsa
y los mimbres en el agua
amarillos, verdes,
hinchaditos para la trenzada.
Una vez entré en la sala de carpintería
y ví las manos de los niños
y las virutas reposando en la ventana.
Ví el olor de las máquinas, del aceite
y el calor del torno y los metales.
Me pareció que en la otra punta
las labores se callaban
para poder rodear tanta belleza.
(“Nocturna” – Ediciones Diatriba 2009)
Analía Giordanino-