Este conjunto de relatos autobiográficos constituye un recuento de registro y diseño casi ovelístico. Separado en dos partes (Francia: infancia y ritos de pasaje e Inglaterra: bohemia y vida profesional), nos asoma desde la primera línea a una vida escrita con un desapego y una elegancia inusuales. Julian Maclaren-Ross nos pasea por los balnearios y las calles de su infancia y presenta personajes que la guerra va a borrar, signos y trazos de esa «edad de oro» transitoria. Maclaren nos brinda un retrato genial de Dylan Thomas vagabundeando por los pubs durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los escritores ingleses tuvieron que colaborar con adaptaciones y guiones de propaganda. Se dice que aquello que los escritores legendarios (y tanto Dylan Thomas como Maclaren-Ross lo fueron) no pudieron escribir, lo convirtieron en episodios memorables para que algún testigo lo aprovechara. Hay mucho de Julian en Dylan, y viceversa, en un intercambio de peripecias míticas.
La visita a Graham Greene en la mansión de El fin de la aventura (que será luego destruida por los bombardeos) o al editor Jonathan Cape son intrusiones victoriosas en un mundo cerrado, donde la propiedad y la privacidad inglesas no eran fáciles de ser vulneradas. Las narraciones de Maclaren, sin embargo, no se reducen a las anécdotas. Dentro de un plano de gran definición, iluminan personajes y situaciones excepcionales nunca antes espiados, como si el transporte perfecto de lo social y lo histórico fuera un furgón de cola en el que se mezclan realidad y ficción.
La condición de Julian Maclaren-Ross de dandy irreductible de la vida de esos años y de expulsado de la fiesta, de protagonista que solicita la admiración y hasta la envidia de sus contemporáneos y de paria social a causa de la escasez de ingresos, lo convierte en un personaje y un narrador de una singularidad sin precedentes, que encuentra siempre las inflexiones y los matices exactos para dirigirse a los lectores actuales. (La Bestia Equilátera)