Nada poseo, nada,
ni la imagen huyente en el espejo
que en penumbras refleja lo destinado a irse,
lo diluido en el tiempo y en la bruma,
esas huellas perdidas
entre grises y oscuros matorrales
de hojas carcomidas por un invierno terco.
Nada poseo, nada,
porque la luz, el viento, el sueño, el agua
se han declarado ajenos,
impropios a mis ojos y a mis manos,
residentes del pálpito que en corazones nuevos
cobran su natural vigor y animan
a muchachas en flor, cadenciosas, despiertas,
con caderas turgentes y pechos no inmolados
y a machos apolíneos de tensos pectorales.
Nada poseo, nada,
sólo un recuerdo lívido y lejano,
un pasado que tiende a podredumbre,
una bujía rota y mucha sombra
y ya no como Anacreonte dolerme
por el placer esquivo y la poma extranjera.
Saludo al tiempo ido desde un barco lejano,
la proa hacia el poniente
en busca de una playa donde nunca habrá nadie.
Silvia Long-Ohni-