Aquí estabas,
antigua y silenciosa…
Serena en tu selva milenaria.
Fecunda en tus ríos y tu suelo.
Virgen de invasores y de agravios,
preñada de frutos y de pájaros…
Aquí estabas con tus hijos:
unos salvajes, otros mansos.
Salvajes como tus montes,
o mansos como tus pampas;
pero tuyos y morenos, como tu piel,
como tu entraña…
Y llegaron los otros,
los hijos de lejanas madres.
Madres también antiguas,
pero dolidas… despojadas…
Violadas por ambiciones desmedidas.
Y así llegaron ellos,
salvajes y ambiciosos.
Tal vez algunos mansos…, pero pocos.
Aquí estabas, mi América Madre,
silenciosa y dispuesta…
Por eso te arrasaron,
violaron tu entraña.
Y tus hijos morenos murieron o mataron,
(unos salvajes, otros mansos…)
Por eso me dueles, mi tierra morena
de brazos abiertos, hoy crucificados
en este nuevo Gólgota de la violencia cotidiana,
clamando otra vez al Padre
para decir como entonces:
“¡Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen!”.
Irma Droz-