Con aires breves – Demasiado breves – Breves
Brevedad, divino tesoro: En otras oportunidades, he destacado el luminoso poder de síntesis de la poesía de Esteban González. De por sí, el género exige concisión, condensación, concentración. En el caso de Esteban, cada composición alberga las palabras justas y necesarias, y desde el breve tiempo y espacio que demanda su lectura o su pronunciación, se abre como una flor en la imaginación del receptor, disparando una multiplicidad de sentidos y significaciones.
Esta capacidad no es casual y no obedece al mero azar, sino a una intensa búsqueda que el autor viene realizando a lo largo de decenios, en procura de la expresión que mejor manifieste esas ideas o esas imágenes que de manera confusa e indefinida suelen poblar nuestro interior.
Sabemos que esa tarea demanda una larga paciencia, que sólo puede ser proporcionada por una genuina vocación de escritor. Éste parte de un punto tal vez imperceptible para la mirada cotidiana, pero no para su pupila acostumbrada a encontrar en las aparentes trivialidades, ese “botón de pensamiento que quiere ser la rosa”, como decía Rubén Darío.
La tarea del escritor puede reflejar la paradoja de la existencia humana. Buscamos nuevas palabras, procuramos enriquecer el vocabulario, investigamos en las posibilidades expresivas del lenguaje, indagamos en sus potencialidades lúdicas, nos alegramos al encontrar una metáfora o una imagen original, y finalmente nos atraen y nos enamoran la brevedad y algunos vocablos que consideramos esenciales. Como en las grandes narraciones vuelven los héroes a su origen, dándose cuenta de que allí estaba lo que perseguían, así vuelve el escritor a la palabra despojada de ornamentos y aderezos. Como ha escrito Juan Ramón Jiménez: “Y se quitó la túnica / y apareció desnuda toda. / ¡Oh pasión de mi vida, poesía / desnuda, mía para siempre!”.
En ese sentido, Esteban continúa, con su propia voz y su propio estilo, un camino ya recorrido por antiguos autores grecolatinos y americanos, y también contemporáneos argentinos como Jorge Luis Borges, Alejandra Pizarnik, Hugo Mujica, entre otros, que han aprovechado su conocimiento del lenguaje no para verterlo en verborragia y abundancia, sino en la profundidad e intensidad que puede brindarnos la brevedad.
Poesía breve pero profunda que nos devuelve la riqueza escondida en lo pequeño y cotidiano. Como señala el autor, “comer todos los días, / dormir en paz, leer cartas / y escribir unas líneas alguna vez”.
Son esas líneas las que tenemos que leer, porque han surgido de esa zona que, siendo tan personal, nos involucra a todos, porque es la más humana. – Luis Argañaráz.