Diseñó su vida en la mitad del ocaso,
apretando los puños y en violento avance.
Caminó por el borde de su cuerpo,
entre sollozos incoloros y oscuros.
Buscó desesperadamente
encontrarse en la próxima esquina de su cielo.
En la partida perdió su nombre,
junto al último zapato que vestía su paso.
Sobre las aristas brillantes de una estrella
dibujó besos secos,
abandonados por héroes de polvo.
Resistió sin declinar a su sueño
abrazada a sus misterios.
Como un capullo de rosa no vidente
no logró expandir su fragancia,
y hoy visita el jardín sin pétalos,
tan sólo esperando ver
si en algún ocaso volverá a encontrarse.
Mary Acosta-