Veo su cara
en cada palabra que pronuncio.
En el grito distante frente al espejo
llevo su nombre en el rojo del verano.
¿Cómo olvidar sus dos mares
en las ventanas de sus manos?,
el ramo de encuentros
oculto en el cesto de las frutas cada mañana,
su canto de agua en el bosque de los niños.
Su adiós no alcanzó el muro del olvido
siempre retoñando con los inviernos.
Amanece, su cabellera de espigas
peinadas por la noche desafiando su luz.
Es fuego en el dolor profundo del piano,
pasajera de nubes
atesorando su amor a la distancia.
Del libro Los cuervos
Florencio Quesada Vanegas-