Los paisajes que alguna vez habitamos,
huyeron en alas como espejos.
Los rostros que nos condensaron contra la niebla,
en casas que no habitamos, en sus puertas
como trampas del exilio, giraron en imposibles marcas.
Se desvanecieron en el temblor físico del verso,
transformaron extrañamente las distancias
en que se acumularon paisajes diversos
que nos trajeron a los días actuales.
A depósitos donde se acopian telones de escenarios ciegos
donde el destino desborda la memoria, despliega
absoluciones y condenas.
De lugar a lugar, de hijos a nietos,
de encuentros a desencuentros,
allí donde nos comunicamos
en huracanes del sueño y la demencia.
Te pienso, porque te amo.
Combinaciones de lejanas nubes y territorios
en recintos plenos cuando yo no sabía
de la estirpe de los ángeles y dinastías de la espuma,
dividida y multiplicada en tiempos que no se olvidan
porque son nuestra propia y ajena vida.
Pájaros de equinoccios unidos por la fisura del adiós.
Parentescos tramados sobre bocas en bordes de abismos,
oquedades vueltas a colmar aéreas construcciones de palabras,
al tiempo que nos recuerda que alguna vez nos unimos sin preguntas.
Y allí aprendimos, frente a las piedras que permanecieron durante siglos,
que se ama sin saber.
Jaime Icho Kozak-