Enciende el dolor del borracho que se ignora,
el crimen que cometió el ángel,
la mentira del pastor,
la carta que se llevó el viento,
la caminata del ciego
que mira indiferente
al testigo mudo de su eterna oscuridad.
Toda una vida de besos y puñales
gira entorno a esa luz
que revive las leyendas
y susurra pecados de zaguanes.
Sólo con ella se oyen los pasos
de la amante furtiva y despechada,
del ladrón de bicicletas,
del obrero, del sereno, del trovero.
Es la luz de los adultos
o de los niños que se hicieron grandes.
Se extingue en las auroras
y está muerta en las mañanas.
Gabriel Alejo Jacovkis
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