La juventud no es una época de la vida
sino un estado del alma y de la mente,
un temple de la voluntad,
una cualidad de la imaginación,
un vigor de las emociones
y un frescor de las fuentes profundas de la existencia.
La juventud en todo momento significa
el predominio del valor y de la decisión sobre la timidez,
el impulso por la aventura y la alegría de vivir.
No es, por lo tanto, cuestión de mejillas sonrosadas
ni de labios rojos o rodillas flexibles.
Nadie se pone viejo por haber vivido cierto número de años,
la gente envejece cuando abandona sus ideales.
Los años arrugan la piel
pero la falta de entusiasmo arruga el alma.
Las preocupaciones, las dudas,
la desconfianza en sí mismo,
el miedo, la desesperación…
son cual años muy largos que inclinan la cabeza
y deprimen el espíritu.
Téngase setenta o veinte años,
hay en el alma de cada ser humano el amor por el misterio,
la dulce admiración por las estrellas,
el indomable desafío a los acontecimientos
y el infalible entusiasmo juvenil por el goce de la vida.
Se es tan joven como su fé,
tan viejo como sus dudas,
tan joven como la confianza que en sí mismo,
tan viejo como sus temores
tan joven como sus esperanzas
y tan viejo como su escepticismo.
Mientras el corazón y el espíritu
sigan recibiendo mensajes de belleza,
de alegría, de valor y de grandeza,
se seguirá siendo joven.
Pero cuando esos resortes estén gastados,
la cabeza cubierta con las nieves del pesimismo
y el corazón endurecido por el hielo de la indiferencia,
se estará verdaderamente viejo.
Esperemos entonces que el destino
tenga piedad de nuestra alma.
Miguel Ábalos-