Alejados de Dios, somos un cuerpo sin alma,
vamos huérfanos de vida, como caminantes sin camino,
perdidos en un horizonte sin cielo, como extraviados,
desconsolados, rodeados de materia y hambrientos,
rodeados de corazones pero sin latidos,
rodeados de promesas pero cercados por la desesperanza,
rodeados de mensajes pero sin poemas que nos asciendan.
El Señor no comercia, vive con el ser humano
y se desvive junto a él y por él.
Con la ternura de un niño, se deja amar
propiciando la cercanía de los corazones,
se deja querer con la fuerza de una caricia desinteresada,
se deja seducir con el sigilo más profundo
y con la soledad poblada de acompañamiento celeste.
Dios mío, Dios mío, sigue en mi vida,
permanece conmigo más allá de la senectud,
te necesito para sentirme verso en tu universo
y para ser una misión de paz en un mar de guerras,
puesto que si vivimos, nos movemos y existimos,
es por obra del amor que nos enternece y no del caos
que envenena; pues quien a palabra mata, a silencio muere.
Dejamos esta tierra sin agua, sedientos de amor
alzamos el espíritu y realzamos al Creador.
No echemos a Dios de nuestra casa.
Venimos del amor y al amor vamos.
Vivimos del amor y en el amor nos trascendemos.
Es el amor el que se queda con nosotros,
el que nos asiste para siempre y el que nos hace eternos.
Víctor Corcoba Herrero- corcoba@telefonica.net