Rompí a llorar como una tormenta de verano,
a baldes, chaparrones, truenos y relámpagos;
sin motivos aparentes me rompí en un llanto,
tan pero tan poderoso, que me hice estómago,
ojos, alma, sueño, pesadilla, dedos, recuerdo,
oídos, culpa, entraña, corazón, sangre, sudor y lágrimas.
Es que cuando hay que llorar
hay que hacerlo con todo el cuerpo
hasta ahogarse en lágrimas, hasta desbordarse;
-si es preciso- hay que inundarse totalmente el alma…
para luego resurgir limpio, vacío de angustias y dolores,
para volver nuevo, como un recién nacido.
Leandro Murciego-
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