Nosotros, los hijos del Zonda
sobrevolamos junto a las hojas la sangre magnética
y en los sexos, la sed de las espigas antiquísimas,
apenas balanceadas,
apenas.
Nosotros, llevados por el viento
desde el centro de la plaza del pueblo
hasta los camposantos de las viejas aldeas
y desde ellos a nuestro corazón, aquí en el cuerpo.
Quizás fue movimiento
del cosmos inclinado
sumando sus diagonales con la masacre del infinito
para nacer sus hijos
así, tan nada o muerte, así,
ciegos de límite.
Lucía Carmona-