Fue nuestra casa de muñecas
edículo sin nombre
que marcó la inocencia,
realidad diminuta
de horizonte pequeño.
Y fue donde aprendimos
a conocer el mundo
tan cercano a los ojos,
la ternura mecida
que anidaba en los brazos,
como brújula quieta
apuntando hacia el norte
de la maternidad.
Milagros Salvador-
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