Las pupilas se reflejan
en las cucharas de plata.
El brillo relampaguea
desde las ollas de cobre, en la tarde dorada
La cocina como un santuario
está impregnada de aromas a la lavanda,
al tomillo fresco y a laurel.
La ventana abierta despliega aromas
que fluyen sobre la ciudad.
Todos los cuchillos suenan
y entrecruzan sus dientes agudos
que hieren las carnes
antes del mordisco.
Mientras el oleaje de aguas
saltan en cada caldero,
repiten la música de tambores
que llaman a diana.
Los verdes relucen en las fuentes
y piden su rojo para equilibrar
la perfección de la ensalada.
Hay pescados que, de añorar el mar
han decidido morir, sin más reparos.
Las manos hábiles, desgarran, amasan,
trituran, cortan, también crean,
su gran obra efímera.
Haidé Daiban-