La anciana llega con sus pasos torpes, escurridizos.
Vestida de negro, ese negro polvoriento por el paso del tiempo.
Con una pañoleta disimula su giba.
Alza una mano, sus piernas tiemblan. Rueda por un abismo que no posee nada, ni siquiera su rostro.
Percibe las uñas afiladas, la mordaza, los ahogos -las bestias no descansan- piensa. Vuelven a bramar si no consiguen lo esperado. Acechan.
No desalojan los espacios.
Su cuerpo, los otros cuerpos tiemblan, los encierran para siempre, por aquello que contemplaron, que soñaron…
La penumbra de la habitación lastima.
Las ventanas están clausuradas.
Nuevamente alza la mano, comienza a arañar el espacio…, el aire -ése que le falta -.
Busca la botella, la desvencijada mecedora, deja caer su gastado cuerpo.
Bebe. Sus ojos, sus manos, sus piernas entumecidas se hunden lentamente en el barro de los recuerdos.
Susana Máspoli-
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