No hay cuerpo sin soplo, no hay soplo sin alma,
no hay alma sin martirio, no hay vida sin luz.
La luz tras hacerse, se forjó el camino del ser,
y, en el ser, se halló el verbo como amor de amar.
Únicamente hemos de amar y dejarnos querer,
todo lo demás son insignificancias y menudencias.
Digamos adiós al odio y reinventemos el abrazo
como lenguaje, antes de que el mal nos martirice.
Tan importante como conciliar cultos y culturas,
es reconciliarnos para armonizar masa y espíritu.
El Señor nos haga sentir el amor como camino,
para ser caminantes de mar y olas sin calzada.
Dejemos de cultivar las rosas de los mártires,
y dejémonos cautivar por los lirios de la poesía.
Renunciemos a sembrar piedras que nos ahogan,
y aceptemos las yedras humanas como bastón.
Venga, pues, el reino de quien ha creado el vergel,
y hágase dentro de nosotros en cada aurora.
Convencido de que hay vida tras esta falsa vida,
me crezco de amor tras morir en el aparente amor.
Por eso, nos hará bien hoy meditar por nosotros,
para que el edén retorne a nuestro limbo interior.
Alabemos la fuente que todo lo sacia hacia arriba,
y reprobemos la carroña que lo vacía hacia abajo.
Al fin, miremos más al cielo que a la tierra,
y abandonémonos a ser lo que no queramos ser.
¡Qué más vale morir embellecido de celeste,
que vivir maldecido por este infierno terrenal!
Víctor Corcoba Herrero-