Con la puesta del sol no es el día lo que concluye
es la jornada de trabajo.
Es la manija de tirar la que cierra la puerta,
sea o no sea el picaporte.
Lo masculino del discurso
se desvanece en lo femenino de la palabra.
El asiento es la silla;
el anochecer, la tardecita;
el muro, la pared.
Si sabemos que el llanto está formado por las lágrimas,
que el cariño apela a las caricias
¿a qué tanto discurso tontamente disfrazado?
si los genitales del hombre, a veces,
también tienen nombres femeninos.
No hace falta dar ejemplos
cuando el habla es la lengua.
Si el velador y la lámpara conviven en el mismo oficio,
si el tema y la canción gozan de la misma música,
si el rostro y la cara ocupan idéntico espacio
¿a qué tanta expropiación?
¡Compañía, ciudadanos, compañía!
El badajo sin la campana sería un machete represor,
un palo de mortero, un pisapapeles sin papel.
Y vayamos concluyendo.
Cuando decimos el mundo ¿estamos refiriéndonos a la Tierra
Rogelio Ramos Signes-