Nadie adivinó tu dolor,
ni tu guarida de alcohol
y amores condenados.
Un sol humillante luchaba
contra los visillos cansados
y el silencio acariciaba tu garganta,
alma doliente, melodía incomprensible.
Una tarde alguien te esperaba en el baño
(hojas de afeitar, filo de acero);
allí estaba ella:
Moira ineluctable,
huesuda y severa.
Y decidiste volar.
Se adueñó de tu vida una tarde de marzo,
de vendimia y tonada,
una tarde como ésta,
hombrecito de amor repudiado,
alma doliente en fuga.
Los pájaros te vieron pasar
y perderte en la galaxia
una tarde cualquiera de marzo,
una tarde como ésta,
con tu amor sin destino,
y esa sinfonía tuya,
que nadie quiso escuchar.
Cecilia Bigetti-
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