Nunca, en la noche,
supo bajar un ángel
siquiera hasta mis sueños,
o, en la plenitud del mediodía,
allá, en las sierras de mi lejana infancia,
alguna otra deidad,
indígena o mediterránea,
se reveló en el zumbido de los insectos
que recorrían el seco ramaje
del otoño.
Ni la belleza de las hadas
cabalgando en el perfume de las flores,
o briosos y burlones pegasos en el cielo
me incitaron a que los enjaezara
para perseguirlas hasta sus moradas intangibles.
No sé si debiera apenarme
por tales desencantos
en estas lides de la vida cotidiana,
acaso la desilusión
apenas insinuado por un roce
con esos huidizos habitantes
de otros mundos
hubiera sido
menos auspicioso todavía.
de “Amaneceres vedados al tiempo”-
Carlos Enrique Berbeglia-
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