Pasarán mis palabras
como el quejido de los gatos pequeños que comen las raíces de la lluvia,
que es preferible ahogarlos –según dicen- antes que pasen a mayores.
Pasarán mis palabras, Señor, y no cambiará el mundo.
No seré más libre,
ni habrá menos lugares vacíos desde siempre.
Pasarán como el agua por los vidrios,
aunque queden después sucios y opacos
como el río de mi ciudad,
que de tan solo
sólo tiene una orilla.
Y si llegan a desprenderse mis palabras,
de mí sólo quedará
la forma de mi boca
en un callado grito.
Toda totalidad se habrá perdido.
A nadie le importará comprender.
Si tengo suerte, alguno levantará un fragmento
de mi rompecabezas
para hacerlo jugar en otros marcos, cambiándole el valor.
La eternidad del que escribe
es esa ráfaga de otoño.
Isabel Llorca Bosco-