Donde son sordos todos los murmullos
parte y desovíllame los huesos.
Deshilacha el corazón
hasta que la sangre se convierta en río.
Sácame los ojos, entrégaselos a la noche.
Desteje la trama de mi pelo y échalo al viento.
Enrolla mi lengua y déjala, donde las palabras
puedan relamer mi abandono y mi locura.
Sepárame los dedos
en especial, aquéllos que saben de escrituras
y entiérralos en algún rincón sombrío
donde los ratones mastiquen el rojo de mis uñas.
No te olvides de ninguna de mis bocas
que saben del amor, absórbelas como en una marejada
y llévalas a morir junto a los peces
Y a los oídos, que escuchan tus pasos,
que saben distinguir el sonido de tu voz
y el canto de Orfeo, disfrázalos de mar
y escóndelos, entre las caracolas del río
que repiten el rumor del universo.
Del libro inédito Último Patio
Leonor Mauvecín-