A Santo Alancay la muerte
ya lo ha vencido,
lo sobrevive un sombrero
bajo el sol descomedido;
los sueños entre sus ropas
sueñan heridos.
Boca abajo contra el suelo,
en las pasturas,
se le atardece la sangre
por un silbo de vicuña.
Los farallones umbrosos
le harán de tumba.
Sepultado sin el canto
de su coplera,
Santo persignó su frío
por un humedal de estrellas.
Constelado de pasturas
llevó su pena.
Ni el sol, ni las esperanzas
quitaron muerte,
tumbado se fue su grito
cayendo por las pendientes.
Se ha demorado en las piedras
su cruz silvestre.
Es viernes toda su muerte,
y es en febrero,
cuando enviudó la baguala
el ají y el pastoreo.
Por el sepulcro del aire
va con su arreo.
Aníbal Albornoz Ávila-