No llovía. Pero la lluvia
no era todo,
tenían
otras cosas:
un par de nubes, las ganas
y en última instancia,
la ducha a seis pasos de la cama.
No llovía. Pero tenían un viento
del norte, cálido,
de esos
que queman las espaldas
desnudas
de los cuerpos desnudos
de los amantes desnudos.
Llovió. Llovió tarde,
cerca
de las tres de la mañana.
Y se levantaron, se vistieron,
y salieron a la calle
a amarse
en un callejón de esos
que a la mayoría los asusta.
Y se amaron. Como dos sedientos
bajo una lluvia fresca a las tres de la mañana.
Sebastián Zampatti-