En la heredad del fruto la dulzura
es nombre con que ríe su corteza
y en luz callada el fuego se improvisa.
Una voz se levanta del regazo del mundo
hasta la tácita quietud,
como si habiendo muerto caminara
de pronto bajo el árbol de la sangre.
Visible caracol baja la espuma.
Abre la herida la doncella
del desvarío, ausente el rostro bello;
su seno triunfa
pero la sombra de la luz que miente,
calla. Vuelve su soledad la dura
infinitud de sombra y ramas
que un nítido asfodelo es la axila gloriosa.
Vano equilibrio el de sus hombros.
Descubro en ella el fruto
gozoso, su palabra y el impuro
deseo de morir bajo otro cielo;
a media voz de alcoba.
Frente al espejo.
Carlos Illescas-