Tus pasos no fueron en charol
ni luciste un frac
bajo la brisa.
En tus ojos
hendidos dos espejos
tal vez de algún adiós,
tu mirada iba yerta en la pesquisa.
Y caíste
a orillas de caracolas,
también yo perecí
al sentir allí en la arena
el vientre de ese hombre
amo de tus piruetas.
Cuando sacudiste tú cariño,
levantaste el horizonte… fue vil el reflejo,
y cerraste en otro día
la esperanza de poder mover tu rabo.
Y espantado por los aullidos de esa raza
—de mi raza—,
enclaustraste tu hocico,
tu lengua en todo ese vacío.
Graznidos de gaviotas en vuelos se lanzaban,
las piedras te caían
como en noches de rocío.
Y allá ibas perro,
vagabundo,
para mí eras un cisne que aleteaba empetrolado,
que se alejaba dejando huellas en la arena
—parecían gotitas—,
y en otra playa
tu cuerpo se haría tiritas,
olfateando el horizonte,
reflejando tu desgano.
del libro «Pequeñas soledades»
Jorge Córdoba-