Una indecible saciedad de nada
corroe los perfiles del silencio
y me quema,
con la saña asesina de los tiempos,
la pureza del verbo. Si me atrevo
a levantar en tímida protesta
tan siquiera una mano,
restalla el nervio
enceguecido en sus fibras más siniestras,
bordando delirantes,
depravados,
cardenales de acero.
Emprendo nuevamente el laberinto
y presuntuoso el hilo dejo,
mas la bestia a horcajadas sobre el mismo
llena de ulceraciones el camino del regreso
y me contempla mirando desde adentro,
y ríe por mi cuerpo,
cuando me ve arrastrar, infame y lírico,
por las notas de sórdidos reflejos,
las manos impacientes y medrosas,
los labios hinchados y resecos,
y llega al paroxismo
su magistral versión del unicentro,
en el momento en que confieso
mi pobre humanidad, mi desastroso miedo,
el valor de mi afrenta,
la bestia que me mira desde adentro.
Del libro Minotauro
Jerónimo Castillo-