No, no está obligado a entrar en el estío.
Tampoco volver a su mirada antigua,
y menos negar la nostalgia debida
a ese enigma que aloja
la razón que persistió en los años.
Sí, pero debe insistir y así arribar
al fulgor que guardan los espacios,
aun con ese idioma despojado
que aparece después de un parpadeo.
Pero ¿persiste aquello que realzó la vida
y luego se deshizo en el centro del alma
para sólo dejar las quejas de su rastro?
Impávida se queda la redondez
de tanta lejanía.
Impávido la pide cuando
el asombro tiembla en un mirar
de insoportable olvido.
Un siglo, decenios, un año, esta vida
se ocultaron marchitos
y él quedó en el instante
ignorándolo todo.
Hoy el mar lo embelesa.
El oleaje lo atrae.
Así posible fue vislumbrar lo perdido.
Julio Bepré-