Avanzaba la noche por las calles de siempre
entre un barullo de elegías vacuas
y el manso discurrir
de un conformismo en el ayer anclado,
hijo de la ceniza y de lo inmóvil.
Las insatisfacciones, las polémicas,
esas guerras febráticas del alma,
esas pisadas nunca compartidas…
corrían cortejadas por conflictos
semejantes a olas extraviadas.
Los abismos de sangre lastrada e insondable
se hallaban al alcance de la mano,
aguardando quizás el gran momento
para expandir su imperio de tumores
y heridas que no sanan.
Por los aires sin rostro, desnudos como un cardo,
volaban hábilmente las sombras de lo efímero.
Avanzaba la noche y, con ella, la vida
cerrada a los deseos
del hombre sin aplausos merecidos.
Sólo a los buitres fatuos y arrogantes
se les proporcionaba un lugar en el cielo.
A ellos que nunca transformaron muros
en ternura de madre,
o en ilusiones jóvenes,
o en cálido regazo para niños.
Del libro inédito Los puentes debilitados
Carlos Benítez Villodres-