Hechas las paces
con mi máquina de pelar caramelos,
subo las escalinatas que llevan al cadalso.
No quise ofender a Dios, que quede claro.
Ofendí a los mercaderes del templo
tirando al suelo sus canastos de nada,
su aliento de baratijas,
su compulsión a derretir golosinas
en el propio envoltorio.
Mañana ya estaré dividido.
Mañana seré uno en dos partes
(no dos en uno, sino uno en dos)
cerebro para el olvido
y cuerpo despedazado por los caranchos.
Esa actriz que hoy lee mi historia
al final de la escalera, miente,
como mienten los jueces
que lacraron la sentencia.
Yo no soy el monstruo del que hablan.
Sólo soy el hombre que hizo las paces
con su máquina de pelar caramelos.
¡Una simple máquina manufacturada por mí!
¿Cómo se puede condenar a alguien
que ha decidido no hacer más la guerra?
me pregunto
mientras mi cabeza rueda por el suelo.
Rogelio Ramos Signes-
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