Nadie me pidió
que mi espíritu tenga insistencias
en encontrar límites,
y olvidarlos a tiempo
en forma de nacimientos y luces.
Mis brazos son una expedición
a la inseguridad de la simetría.
Sublevan cegueras venosas
deslizándose sin cautela.
Me gustan tus tímidos aderezos
dando vueltas a la tierra,
buscando sus entrañas
sin olvidar que el día
se anilla entre mis dedos
y la difícil quietud de los vientos.
Llamo con toques de retina
a los siglos de tedio enfrascado
en ingratas líneas
de felicidad en tus manos.
Tanto pulo las palabras,
que si resbalo en ellas
caigo en la horma
de los sustantivos
que se adjetivan
al nombrarme.
Con todo, hay algunas
no dichas o no escuchadas.
Nadie me preguntó
si había aprendido a amar
hasta perder la duda,
que amanece en mis labios
forjados en tu risa.
Jaime Icho Kozak-