Espalda con espalda luchamos por el vecindario.
Sin vernos la cara supimos del sufrimiento,
imaginamos las heridas y callamos el dolor.
Acepto que fuimos derrotados una vez más:
el llanto de los niños es algo que distrae.
Tal vez mañana, cuando entreguemos las armas,
las trincheras ya sean playas de estacionamiento
y un cantante de boleros amenice
concursos de baile al borde de la ruta.
Habrá llegado entonces el tiempo de firmar la paz,
de aceptar
en reglamentario silencio
que luego de estas líneas vendrán otros naufragios.
Rogelio Ramos Signes-