Abuela regaba las plantas del jardincito del frente,
era verano, hacía calor y nosotros (mi hermano,
un vecino y yo) jugábamos a que no nos mojaba.
La abuela se olvidaba de a ratos
de las alegrías del hogar, para
dirigirnos un chorro traicionero
cuando nos encontraba distraídos.
En eso estacionó un auto y bajó
cierto burócrata que decía responder
a la municipalidad. Anotició a mi abuela
que le haría una multa porque mientras
ella jugaba al carnaval con sus nietos,
en el centro los vecinos estaban sin agua.
Nosotros teníamos agua de pozo, es decir,
la casa se alimentaba no de la red
sino de una napa subterránea
extraída a fuerza de motor.
Pero abuela, cohibida, aceptó la multa
y claro, el entretenimiento carnavalesco
se acabó allí mismo.
Maximiliano Sacristán-