Regreso a Tí,
cuando las sombras de mi tarde
caen impiadosas sobre la presentida noche
del silencio
y no traigo nada en mi mano para darte;
ni la candidez de mi niñez lejana,
ni la oración primera que mi madre me enseñara,
ni la fe, resguardada en la esperanza…
Sin embargo,
regreso a TI a cobijarme en tu gracia;
a ofrecerte mis manos unidas,
suplicantes,
en la actitud de aquel que pide todo
sin entregarte nada;
solamente,
¡el pedirte perdón, por la tardanza!
Gustavo Córdoba-