Porque soy inocente y la recuerdo
permanezco en este cuarto de hospital
donde ha muerto mi única enemiga.
El barrendero, que no sabe de mi angustia,
me pide una historia acerca de la laguna.
“Usted que la conoce”
dice, mientras sin ánimo arrimo una silla.
La laguna, amigo,
cuando era niño reflejaba el cielo al amanecer,
entraba a mi cabaña en la piel de una anguila
y silbaba terca entre las hendijas de la puerta.
Ella siempre viajaba al mediodía
y al anochecer aún estaba yéndose,
quizá por eso volvía a partir
cada vez que le suplicaba que se quedase conmigo.
Ella, la mujer que odio tristemente
perdió los contornos de la realidad
amontonando mis promesas.
“Usted que la conoce”
insiste el barrendero pensando en la laguna,
y yo, antes de continuar, lloro a mi enemiga.
Rogelio Ramos Signes-